Fray Luis de León

Fray Luis de León

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Fray Luis de León
Pacheco, Francisco - Description book of real Portraits, of Illustrious and Memorable men. - Google Art Project.jpg
Fray Luis de León, descrito y dibujado hacia 1599 por Francisco Pacheco (1564-1644) en su Libro de descripción de verdaderos retratos, ilustres y memorables varones.
Nombre de nacimientoFray Luis de León
F. Luyssi Legionensis
Nacimiento1527 o 1528
Belmonte
Defunción23 de agosto de 1591
(63 o 64 años)
Madrigal de las Altas Torres
OcupaciónPoeta, humanista y religioso
PeríodoRenacimiento
Lengua de producción literariaCastellano
Lengua maternaCastellano
GéneroLírico
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Aula de Fray Luis de León en el edificio antiguo de la Universidad de Salamanca.
Fray Luis de León[1] (Belmonte, 1527 o 1528[2]Madrigal de las Altas Torres, 23 de agosto[3] de 1591) fue un poeta, humanista y religioso agustino español de la Escuela salmantina.
Fray Luis de León es uno de los escritores más importantes de la segunda fase del Renacimiento español junto con Francisco de Aldana, Alonso de Ercilla, Fernando de Herrera y San Juan de la Cruz. Su obra forma parte de la literatura ascética de la segunda mitad del siglo XVI y está inspirada por el deseo del alma de alejarse de todo lo terrenal para poder alcanzar lo prometido por Dios, identificado con la paz y el conocimiento. Los temas morales y ascéticos dominan toda su obra.
 

Biografía

Fray Luis nació en Belmonte en 1527 o 1528. Residió y cursó sus primeros estudios en Madrid y Valladolid, donde su padre, abogado, ejercía la labor de consejero regio. Cuando cumplió los catorce años, se marchó a estudiar a Salamanca, ciudad que constituyó el centro de su vida intelectual como profesor de su universidad. Allí ingresó en la Orden de los Agustinos (Orden de San Agustín), probablemente en enero de 1543, y profesó el 29 de enero de 1544.
Estudió filosofía con Fray Juan de Guevara y teología con Melchor Cano. En el curso de 1556-1557 conoció a fray Cipriano de la Huerga, un orientalista catedrático de Biblia en Alcalá de Henares, encuentro que supondría una experiencia capital en la formación intelectual de Fray Luis.[4] Asimismo un tío suyo, profesor de la universidad salmantina, le orientó en esos momentos.
Entre mayo y junio de 1560 obtuvo los grados de licenciado y maestro en Teología por la Universidad de Salamanca. Comenzó entonces su lucha por las cátedras: la de Biblia, que había dejado vacante Gregorio Gallo, más adelante nombrado obispo de la diócesis de Orihuela, cátedra ganada por Gaspar de Grajal; la de Santo Tomás, que ganó al año siguiente, 1561, frente a siete aspirante y entre ellos el maestro dominico Diego Rodríguez. En 1565, al completar los cuatro años para los que había obtenido la cátedra de Santo Tomás, opositó a la cátedra de Durando, saliendo triunfador de nuevo frente a Diego Rodríguez, y se mantuvo en ella hasta marzo de 1572.[5] Estuvo un periodo en la cárcel (en Valladolid, en la calle que ahora recibe el nombre Fray Luis de León) por traducir la Biblia a la lengua vulgar sin licencia; concretamente, por su célebre versión del Cantar de los cantares; su defensa del texto hebreo irritaba a los escolásticos más intransigentes, en especial al profesor de griego León de Castro y al dominico fray Bartolomé de Medina, quien estaba molesto contra él por algunos fracasos académicos y redactó una serie de proposiciones que lo llevaron a la cárcel junto a los maestros Gaspar de Grajal y Martín Martínez de Cantalapiedra. En prisión escribió De los nombres de Cristo y varias poesías entre las cuales está la Canción a Nuestra Señora. Tras su estancia en la cárcel (del 27 de marzo de 1572 al 7 de diciembre de 1574), fue nombrado profesor de Filosofía Moral y un año más tarde consiguió la cátedra de la Sagrada Escritura, que obtuvo en propiedad en 1579. En la universidad fue profesor de San Juan de la Cruz, que se llamaba por entonces Fray Juan de San Matías.
En Salamanca se divulgaron pronto las obras poéticas que el agustino componía como distracción, y atrajeron las alabanzas de sus amigos, los humanistas Francisco Sánchez de las Brozas (el Brocense) y Benito Arias Montano, los poetas Juan de Almeida y Francisco de la Torre, y otros como Juan de Grial, Pedro Chacón o el músico ciego Francisco de Salinas, que formaron la llamada primera Escuela salmantina o de Salamanca.
Las envidias y rencillas entre órdenes y las denuncias del catedrático de griego, León de Castro, entre otros profesores, le llevaron a las cárceles de la Inquisición bajo la acusación de preferir el texto hebreo del Antiguo Testamento a la versión latina (la traducción Vulgata de San Jerónimo) adoptada por el Concilio de Trento, lo cual era cierto, y de haber traducido partes de la Biblia, en concreto el Cantar de los Cantares, a la lengua vulgar, cosa expresamente prohibida también por el reciente concilio y que sólo se permitía en forma de paráfrasis. Por lo primero fueron perseguidos y encarcelados también sus amigos los hebraístas Gaspar de Grajal y Martín Martínez de Cantalapiedra. Aunque era inocente de tales acusaciones, su prolija defensa alargó el proceso, que se demoró cinco largos años, tras los cuales fue finalmente absuelto. Parece cierto que se le puede atribuir la décima que presuntamente, al salir de la cárcel, escribió en sus paredes:
Aquí la envidia y mentira
me tuvieron encerrado.
¡Dichoso el humilde estado
del sabio que se retira
de aqueste mundo malvado,
y, con pobre mesa y casa,
en el campo deleitoso,
con sólo Dios se compasa
y a solas su vida pasa,
ni envidiado, ni envidioso!
Tras salir de la cárcel, regresó a dictar su cátedra. Sus biógrafos cuentan que Fray Luís acostumbraba en sus años de docencia resumir las lecciones explicadas la clase anterior y que al volver a la Universidad, retomó sus lecciones con la frase “Decíamos ayer…” (Dicebamus hesterna die), como si sus 5 años de prisión no hubieran trascurrido.[6]
En 1582 junto al jesuita Prudencio de Montemayor, fray Luis intervino en la polémica De auxiliis hablando sobre la libertad humana, lo que le llevó a ser denunciado nuevamente ante la Inquisición, aunque esta vez sin otra consecuencia que una suave amonestación del Inquisidor general, arzobispo de Toledo y cardenal, Gaspar de Quiroga. Poco antes de su muerte era provincial de su orden
La muerte le sorprendió en Madrigal de las Altas Torres cuando preparaba una biografía de Santa Teresa de Jesús, cuyos escritos había revisado para la publicación; admiraba la labor de la monja reformadora y había pretendido incluso que ingresara en su orden. Tras su muerte sus restos fueron llevados a Salamanca, en cuya universidad descansan. El pintor Francisco Pacheco lo describe así:
El rostro más redondo que aguileño; trigueño el color; los ojos verdes y vivos... El hombre más callado que se ha conocido, si bien de singular agudeza en sus dichos... de mucho secreto, verdad y fidelidad, puntual en palabras y en promesas, compuesto, poco o nada risueño.

La obra

Actividad intelectual

Como varón comprometido con su tiempo no dejó de lado los problemas del día a día, así que dentro del contexto de los problemas abordados por la Escuela de Salamanca, a la que pertenecía, Fray Luis intervino en la Polémica De auxiliis, junto con el jesuita Prudencio de Montemayor, defendiendo la libertad del hombre, lo que le costó la prohibición de enseñar dichas ideas. Peor librado salió Montemayor, que fue separado de la enseñanza.

Literatura

El propio fray Luis dejó escrito su concepto de la poesía, "una comunicación del aliento celestial y divino", en su De los nombres de Cristo, libro I, "Monte", "para que el estilo del decir se asemeje al sentir y las palabras y las cosas fuesen conformes":
Porque" [Cristo] es sólo digno sujeto de la poesía; y los que la sacan de él, y, forzándola, la emplean, o por mejor decir, la pierden en argumentos de liviandad, habían de ser castigados como públicos corrompedores de dos cosas santísimas: de la poesía y de las costumbres. La poesía corrompen, porque sin duda la inspiró Dios en los ánimos de los hombres, para, con el movimiento y espíritu de ella, levantarlos al cielo, de donde ella procede; porque poesía no es sino una comunicación del aliento celestial y divino; y así, en los Profetas casi todos, así los que fueron movidos verdaderamente por Dios, como los que, incitados por otras causas sobrehumanas, hablaron, el mismo espíritu que los despertaba y levantaba a ver lo que los otros hombres no veían, les ordenaba y componía y como metrificaba en la boca las palabras, con número y consonancia debida, para que hablasen por más subida manera que las otras gentes hablaban, y para que el estilo del decir se asemejase al sentir, y las palabras y las cosas fuesen conformes.
Sus temas preferidos y personales, si dejamos a un lado los morales y patrióticos que también cultivó ocasionalmente, son, en el largo número de odas que llegó a escribir, el deseo de la soledad y del retiro en la naturaleza (tópico del Beatus Ille), y la búsqueda de paz espiritual y de conocimiento (lo que él llamó la verdad pura sin velo), pues era hombre inquieto, apasionado y vehemente, aquejado por todo tipo de pasiones, y deseaba la soledad, la tranquilidad, la paz y el sosiego antes que toda cosa:
Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al cielo,
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanzas, de recelo.
Este tema se reitera en toda su lírica, la búsqueda de serenidad, de calma, de tranquilidad para una naturaleza que, como la suya, era propensa a la pasión. Y ese consuelo y serenidad lo halla en los cielos o en la naturaleza:
Sierra que vas al cielo
altísima, y que gozas del sosiego
que no conoce el suelo,
adonde el vulgo ciego
ama el morir, ardiendo en vivo fuego:

recíbeme en tu cumbre,
recíbeme, que huyo perseguido
la errada muchedumbre,
el trabajar perdido,
la falsa paz, el mal no merecido.
Oda «Al apartamiento»
Como poeta desarrolló la lira como estrofa, pero prefería el endecasílabo para las traducciones de poetas latinos y griegos, que por lo general realizaba en tercetos encadenados o en octava real.

Estilo

Escribir, piensa Fray Luis, es actividad difícil ("negocio de particular juicio"). Se usarán palabras comunes, pero selectas, ya que el buen escritor, entre
Las que todos hablan, elige las que convienen y mira el sonido de ellas y aun cuenta a veces las letras y las pesa y las mide y las compone para que no solamente digan con claridad lo que pretenden decir, sino también con armonía y dulzura
La armonía era para él el equilibrio de la frase, pero en él domina sobre la dulzura, ya que no se le advierten las melosidades de, por ejemplo, la contemporánea prosa de la novela pastoril. Logra la armonía mediante una perfecta correspondencia entre fondo y forma aprendida en los clásicos latinos, a los que estudió no sólo para imitarlos, sino para reproducir sus cualidades en castellano. Su lengua, pues, es la de Juan de Valdés: natural, selecta y sin afectación.
Aunque su estilo es en apariencia sobrio y austero, y según Marcelino Menéndez Pelayo reflejaba la sofrosine o equilibrio griego, la crítica actual ha hecho notar que su lenguaje y técnica traslucen el carácter vehemente y apasionado del autor. Así que su estilo sólo es sencillo y austero en cuanto a las imágenes, el vocabulario y los adornos, pero la sintaxis, que dice más sobre la esencia verdadera del autor, se ve constreñida por la exigente forma de la lira y recurre con frecuencia desusada al encabalgamiento abrupto, expresando con ello un carácter atormentado, y desborda con frecuencia el cauce del verso y aun de la estrofa. Por otra parte, su vehemencia se refleja a través de las numerosas expresiones admirativas e interjecciones que pespuntean sus versos, de ritmo entrecortado, y tanto en su prosa como en su verso recurre habitualmente a las parejas de palabras unidas por un nexo o una coma, es decir, a los dobletes de palabras con significado complementario, o a las geminaciones, dobletes de sinónimos, que reposan con su equilibrio esa pasión que se esfuerza en contener tanto en su verso como en su prosa.
Su afán comunicativo se expresa en una particular preferencia por la segunda persona. Como consecuencia de esta referencia a una segunda persona, sus textos suelen tener un carácter discursivo, de comentario moral que exhorta de alguna manera al receptor. Este tono discursivo, de alguna forma oratorio, da pie a frecuentes enumeraciones, exclamaciones e interrogaciones retóricas, y abundan también los pasajes descriptivos con el que el autor hace vivir al interlocutor en tiempo presente lo que evoca: de ahí su frecuente uso del presente histórico. Las odas son cortas: solamente dos pasan de los cien versos, la XX y la XXI. Las más importantes oscilan entre los cuarenta y los ochenta o noventa, y de las ventritrés diecisiete están escritas en liras garcilasianas. Son frecuentes como manifestación de la tensión entre su vehemencia y su deseo de refrenarla los encabalgamientos, numerosísimos y a veces violentamente abruptos, por lo que caracteriza al estilo de fray Luis una tensión particular propia del Manierismo, en suma, paralela a la que se expresa en el severo estilo arquitectónico herreriano, contemporáneo.
Utiliza un repertorio simbólico tomado de la poesía clásica latina y hebrea, y en él se sintetizan tres tradiciones culturales distintas: la poesía grecolatina clásica (en especial las odas de su admiradísimo Horacio, y Virgilio) y el Neoplatonismo, la literatura bíblica (Salmos, Libro de Job, Cantar de los Cantares) y la poesía tanto italianizante como castiza del Renacimiento español.
Empezó a escribir en 1572 De los nombres de Cristo, obra en tres libros que no terminaría hasta 1585. En ella muestra la elaboración última y definitiva de los temas e ideas que esbozó en sus poesías en forma de diálogo ciceroniano donde se comentan las diversas interpretaciones de los nombres que se dan a Cristo en la Biblia: "Pimpollo", "Faces de Dios", "Monte", "Padre del Siglo futuro", "Brazo de Dios", "Rey de Dios", "Esposo", "Príncipe de Paz", "Amado", "Cordero", "Hijo de Dios", "Camino", "Pastor" y "Jesú". Llega ahí a la máxima perfección su prosa castellana, de la que puede ser buen ejemplo el párrafo siguiente:
Consiste, pues, la perfección de las cosas en que cada uno de nosotros sea un mundo perfecto, para que por esta manera, estando todos en mí y yo en todos los otros, y teniendo yo su ser de todos ellos, y todos y cada uno de ellos teniendo el ser mío, se abrace y eslabone toda esta máquina del universo, y se reduzca a unidad la muchedumbre de sus diferencias; y quedando no mezcladas, se mezclen; y permaneciendo muchas, no lo sean; y para que, extendiéndose y como desplegándose delante los ojos la variedad y diversidad, venza y reine y ponga su silla la unidad sobre todo. Lo cual es avecinarse la criatura a Dios, de quien mana, que en tres personas es una esencia, y en infinito número de excelencias no comprensibles, una sola perfecta y sencilla excelencia (De los nombres de Cristo, lib. I).
También se deben a fray Luis obras de cierta entidad en latín (De legibus, en tres libros; In Cantica Canticorum Salomonis explanatio, 1582; In psalmum vigesimumsextum explanatio, 1582) y algunas otras obras morales en castellano sobre educación, como La perfecta casada (Salamanca, 1584), dirigida a su prima, María Varela Osorio, donde describe lo que para él es una esposa ejemplar y establece los deberes y atributos de la mujer casada en las relaciones de familia, las tareas cotidianas y el amor a Dios. Inspirada en fuentes clásicas y sobre todo en los Proverbios de Salomón, cuyo último capítulo expone e ilustra desde el versículo 10, es una obra que hay que poner en correlato con otras del mismo género escritas por Luis Vives (De Insitutiones Feminae Christianae, traducida al castellano en Valencia en 1528) y otros humanistas europeos del Renacimiento.
Como traductor vertió del hebreo en verso el último capítulo del Libro de los proverbios y el Libro de Job, que además comentó, como su compañero de orden y amigo Diego de Zúñiga, importante filósofo y defensor del heliocentrismo copernicano. Tardó veinte años en terminarse la Exposición del libro de Job luisiana: la empezó en la cárcel y la concluyó poco antes de morir; primero es traducido por fragmentos en prosa, luego es comentado y por último vertido en verso al final de cada capítulo. Vertió también el Cantar de los cantares en octavas (de esta última hay otra versión en liras que es apócrifa), así como algunos Salmos, en concreto 21, incluyendo las dos versiones del «Salmo 102». Para estas versiones de una poesía construida por medio de paralelismo semántico, adoptó a veces una conveniente estrofa, la lira de cuatro versos: A11, B7–11, A11, B7–11. Del latín las Bucólicas y los dos primeros libros de las Geórgicas de Virgilio, así como 23 versiones seguras de las Odas de Horacio y 7 atribuidas por el padre Merino; destaca también la versión del Rura tenent de Albio Tibulo y algunos fragmentos de poetas griegos (parte de la Andrómaca del trágico Eurípides y de la Olímpica I de Píndaro). De los italianos hay poemas de Pietro Bembo y Petrarca.

Ediciones

Aunque el propio fray Luis pensó en imprimir sus poesías hacia 1584 y a tal fin escribió una "Dedicatoria" a su amigo Portocarrero que se ha conservado en un manuscrito, se deduce de ella que iba a aparecer anónima o sin nombre de autor, y que compuso sus poemas:
Más por inclinación de mi estrella que por juicio o voluntad, no porque la poesía, mayormente si se emplea en argumentos debidos, no sea digna de cualquier persona y de cualquier nombre, de lo cual es argumento el haber usado de Dios de ella en muchas partes de sus Sagrados Libros, como es notorio, sino porque conocía los juicios errados de nuestras gentes y su poca inclinación a todo lo que tiene alguna luz de ingenio o de valor [...] y así tenía por vanidad excusada a costa de mi trabajo ponerme por blanco a los golpes de mil juicios desvariados y dar materia de hablar a los que no viven de otra cosa [...] por esta causa nunca hice caso de esto que compuse ni gasté en ello más tiempo del que tomaba para olvidarme de otros trabajos ni puse en ello más estudio del que merecía lo que hacía para nunca salir a la luz, de lo cual ello mismo y las faltas que en ello hay dan suficiente testimonio.
Sus obras tuvieron una amplia difusión manuscrita, pero permanecieron inéditas hasta 1631, año en que Quevedo las imprimió por primera vez junto a las de otro ingenio de la Escuela de Salamanca, Francisco de la Torre, como ataque contra el desmesurado Culteranismo estilístico de Góngora; llevaban el título de Obras propias, y traducciones latinas y griegas y italianas, con la parafrasi de algunos psalmos y capítulos de Iob. Sacadas de la librería de don Manuel Sarmiento de Mendoça, canónigo de la Magistral de la santa Iglesia de Sevilla (Madrid: Imprenta del Reyno, a cargo de la viuda de Luis Sánchez, 1631) y fue reimpresa el mismo año (Milán: Phelippe Guisalfi, 1631). El ilustrado Francisco Cerdá y Rico editó algunas en 1779 y el también ilustrado Gregorio Mayáns y Siscar otra más completa (Valencia: Tomás de Orga, 1785), a la que agregó además una biografía, entre otras muchas reimpresiones que tenían como definitiva la realizada por Quevedo. Sin embargo, los manuscritos más fieles a su obra son los conservados y copiados por su sobrino y correligionario, el fraile y teólogo agustino Basilio Ponce de León, ya que a él le fueron entregados a su muerte por la Orden Agustina para que los editara. En el siglo XVIII hizo una edición de sus obras un filólogo tan acreditado como el manchego Pedro Estala fundándose en un manuscrito valenciano; ya es una edición crítica, sin embargo, la que realiza el agustino fray Antolín Merino (1805-1806) en cinco volúmenes, cotejando numerosos manuscritos, con el título de Obras del maestro fray Luis de León, fruto del fervor que a este escritor tuvieron los integrantes de la Segunda escuela poética salmantina; él estableció el canon actual de textos considerados como estrictamente luisianos. Salvador Faulí realizó una de De los nombres de Christo, añadido juntamente el nombre de Cordero (Valencia: Salvador Faulí, 1770). En el siglo XIX hay que reseñar la edición de la Biblioteca de Autores Españoles (Madrid, Manuel Rivadeneyra, 1855).
Entre las ediciones modernas, son dignas de mención la que sobre Los nombres de Cristo editó el padre Manuel Fraile (1907) y de esa misma obra Federico de Onís para los Clásicos Castellanos de la Editorial Castalia en tres volúmenes, correspondientes a 1914 el primero y 1922 los otros dos; la realizada por el poeta de la Generación del 98 Enrique de Mesa de De los nombres de Cristo en 1876 y 1917. De las obras poéticas de fray Luis de León hizo en 1932-1933 una buena edición el P. Llobera, en dos volúmenes que contenían, respectivamente, las Poesías originales (volumen I) y las Traducciones del latín griego y toscano e imitaciones (volumen II); se trata de una obra editada en Cuenca y difícil de encontrar actualmente, aunque fue reeditada en facsímil en 2001 por la Diputación Provincial de Cuenca con introducción de Hilario Priego y José Antonio Silva Herranz. Luis Astrana Marín realizó una de La perfecta casada (Madrid: Aguilar, 1933), bastante reimpresa, a la que siguió la de Elena Milazzo (Roma, 1955); Joaquín Antonio Peñalosa editó esta obra junto con las poesías originales y el Cantar de los Cantares en la editorial Porrúa de México (1970); tuvieron mucho curso las ediciones del agustino Ángel Custodio Vega para la BAC o Biblioteca de Autores Cristianos; una reimpresión de su ed. de las Poesías está aún disponible (Barcelona: Planeta, 1970). Juan F. Alcina realizó otra de su Poesía (Madrid: Cátedra, 1986); tenemos las de Cristóbal Cuevas de De los nombres de Cristo (Madrid: Cátedra, 1977), de su Poesía completa (Madrid: Castalia, 1998) y de Fray Luis de León y la escuela salmantina (Madrid: Taurus, 1986); por parte de José Manuel Blecua hay ediciones de su Poesía completa (Madrid: Gredos, 1990) y del Cantar de Cantares de Salomón (Madrid: Gredos, 1994). José María Becerra Hiraldo editó por su parte Cantar de los Cantares. Interpretaciones literal, espiritual, profética (El Escorial: Ediciones Escurialenses, 1992) y el Comentario al Cantar de los Cantares (Madrid: Cátedra, 2004). Antonio Sánchez Zamarreño realizó una nueva de De los nombres de Cristo (Madrid: Austral, 1991); José Barrientos, por otra parte, imprimió su Epistolario. Cartas, licencias, poderes, dictámenes (Madrid, Revista Agustiniana, 2001) y, con Emiliano Fernández Vallina, hizo la edición bilingüe de su Tratado sobre la Ley (Monasterio de El Escorial: Ediciones Escurialenses, 2005). También ha sido editado por Ángel Alcalá El proceso inquisitorial de fray Luis de León (Salamanca, Junta de Castilla y León, 1991)

Bibliografía

Obras de Fray Luis de León

  • Escritores del Siglo XVI. Tomo segundo. Obras del maestro Fray Luis de León; precédelas su vida, escrita por Don Gregorio Mayans y Siscar; y un extracto del proceso instruido contra el autor desde el año 1571 al 1576, Madrid, M. Rivadeneyra, 1855.
  • Traducción literal y declaración del libro de los cantares de Salomón. Salamanca, en la oficina de Francisco de Toxar, 1798. Otras eds.: Madrid, Manuel Rivadeneyra, 1855.
  • De los Nombres de Christo: en tres libros, Salamanca, en casa de Guillermo Foquel, 1587. Otras eds.: Valencia, En la Imprenta de Benito Monfort, 1770; Nadrid, Manuel Rivadeneyra, 1855.
  • La Perfecta casada, Madrid, M. Rivadeneyra, 1855.
  • Exposición del Libro de Job (Ms.219) [Manuscrito]. Madrid, M. Rivadeneyra, 1855.
  • Obras poéticas, divididas en tres libros, Madrid, M. Rivadeneyra, 1855.
  • In Psalmum vigesimumsextum explanatio
  • Cantar de los Cantares. Interpretaciones: literal, espiritual, profética.
  • De legibus o Tratado sobre la ley
  • [Dictamen relativo a la explotación de las minas de azogue del Perú por parte de Pedro de Contreras. 28 de marzo de 1588].
  • Epistolario: cartas, licencias, poderes, dictámenes
  • Escritos desde la cárcel. Autógrafos del primer proceso inquisitorial.

Véase también

Enlaces externos

         Wikisource contiene obras originales de Fray Luis de León.Wikisource

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